Me encontraba escribiendo una más de mis historias en mi cafetería favorita, enfrente de mi se encontraba un café, el vapor se veía salir de el, parecía lo suficientemente caliente como para quemarte la lengua. Lo que necesitaba para despertar completamente.
Escuché la puerta, tenía los bordes inferiores oxidados y algo doblados, lo que provocaba que rasparan contra el piso e hicieran un ruido chirreante y fastidioso. Levanté la mirada de mis apuntes y la vi: El aire se atoró en mis pulmones, mi mente dejó de trabajar, sus ojos cafés se cruzaron por un segundo con los míos.
¡Dios mío!
Esperaba que eso hubiese sido una exclamación mental y no hubiera salido de mi boca. Era hermosa, de esas chicas que te cautivan con tan sólo mirarlas, que te quitan el aliento tal y como me había pasado, de esas que no se dan cuenta la atención que captan y que pueden hacer el mundo suyo con tan sólo una mirada...
Seguí sus pasos, se acercó a la caja y realizó su pedido, se mantuvo de pie esperando por él y yo, yo simplemente no podía quitarle la mirada de encima. Supongo que sus pensamientos se encontraban en algún otro lado, porque nunca se percató de mi mirada fija sobre ella. Recibió una bolsa de papel y lo que aparentemente era un vaso con café. Seguí de nuevo su ruta hacia la puerta, la vi salir y no pude detenerme, tomé mis cosas, dejé el dinero del café y salí detrás de ella.
Me encontré con el calor de la ciudad, volteé a ver para ambos lados y no logré visualizarla, tomé dirección hacia la derecha y comencé a correr todo lo que mis piernas podían. El sudor cubría mi frente, llegué a una esquina, me detuve, observé de nuevo para todos lados y no la vi. Suspiré decepcionada.
Comencé a ir todos los días a la misma cafetería con la esperanza de encontrarla de nuevo, sin embargo mis esperanzas se iban agotando con el pasar de los días y no tener éxito. En un día de tantos, mientras tomaba un café y observaba por una de las ventanas, escuché la puerta, como había acostumbrado en esos días, volteé a ver a la persona que entraba y el aire se volvió a atorar en mis pulmones, con la impresión solté la taza de café y se derramó sobre la mesa. El ruido que hizo la taza al caer, hizo que ella mirara hacia donde me encontraba. Sin saber muy bien que hacer, me puse de pie mientras uno de los meseros intentaba limpiar el desastre que había provocado. Me acerqué hacia donde se encontraba, con las manos temblorosas y sudando a pesar del aire acondicionado del local. Sentía su mirada sobre mi, supongo porque estaba pensando en lo torpe que había sido al tirar mi café.
-Hola- murmuré.
-Hola- me contestó ella. Y me sonó a gloria, porque su voz era angelical, podría haber muerto en ese preciso instante, y haberlo hecho feliz porque tan sólo escucharla había hecho que mi corazón latiera con fuerza.
-Ha sido una completa torpeza de mi parte ¿no?-
-A cualquiera puede ocurrirle- contestó con una sonrisa amable.
Le hice un par de preguntas como lo hubiera hecho cualquiera, cuál era su nombre, su edad, a que se dedicaba y otras cosas tan básicas. Su voz podía mantener hipnotizado a cualquiera, así como lo estaba yo. Continuamos hablando por un par de minutos y tras recibir su pedido, se excusó porque tenía que irse. Le pedí su número para mantenernos en contacto sin una razón en específico, extrañamente aceptó dármelo.
Durante un tiempo, mantuvimos conversaciones por medio del teléfono, en otras ocasiones coincidíamos en la cafetería y platicábamos un par de minutos, los minutos más gratificantes de mi día a decir verdad. Siempre había algo nuevo que comentar, o incluso si no había nada que decir, era demasiado bueno hablar con ella.
En alguna ocasión, decidí invitarla a salir con un par de amigos. Se las presenté y se llevaron bastante bien. En mi opinión, era tan hermosa por fuera como por dentro que difícilmente podría caerle mal a alguien. Un amigo, con el que había congeniado bastante, pasó un buen rato hablando con ella esa vez. Eso me alegraba porque significaba que si tenía oportunidad, no tendría problemas con que les cayera mal.
Seguíamos hablando bastante seguido, sin embargo, notaba que hacía muchas preguntas en relación a mi amigo. Qué le gustaba, cómo era su forma de ser, si lo veía seguido, etcétera. Lo dejé pasar, supongo que se habían llevado muy bien y sólo quería conocerle mejor.
Pero un día me contó algo que me quebró por completo: gustaba de mi amigo. Me lo había confesado en una de las tantas conversaciones que teníamos. No supe como reaccionar y lo más que pude decir es que tenía que irme, que quizás otro día podíamos retomar la conversación.
Diariamente me debatía entre lo que sentía y lo que era correcto para ella. La veía tan emocionada cada que averiguaba algo sobre él, sonreía y yo no era capaz de quitarle esa sonrisa por nada del mundo, porque esa sonrisa me hacía muy feliz.
Un día tomé una decisión, era lo mejor para ella, para mi y para él también. Los invité a la misma cafetería en que yo la había conocido. Los dos aceptaron sin saber que los había invitado a ambos.
Mientras veía desde el otro lado de la calle como mi amigo llegaba al local, le envié un mensaje diciéndole que no iba a poder asistir porque había tenido un contratiempo. Ella había llegado unos cinco minutos antes y se encontraba esperando en una mesa. A través de la ventana de la cafetería, observé su cara de sorpresa y su sonrisa tan genuina al verlo que pensé que definitivamente había tomado la decisión correcta. Al momento de verlo se levantó de su lugar y lo abrazó. El correspondió el abrazo. Sabía que él también estaba emocionado de verla. Vi como ambos tomaron lugar en la mesa y comenzaron a platicar supongo que de algún tema divertido porque ambos reían como si fuera lo más gracioso del mundo. Permanecí ahí durante quince minutos y no soporté más.
La sonrisa en sus labios me daba la tranquilidad de haber tomado la mejor decisión. Comencé a caminar con un par de lágrimas recorriendo mis mejillas, la quería pero era lo mejor. Lo habría hecho de nuevo, su felicidad siempre sería la mía.